22/06/201403:08 CEST
No era para tanto
Antonio Jiménez Barca
São Paulo
El Mundial discurre mejor de lo esperado, una suerte de apocalipsis en el que nada iba a funcionar como debieraNo era para tanto
El Mundial discurre mejor de lo esperado. Es cierto. En parte, porque lo esperado era muy malo, una suerte de apocalipsis brasileño en el que poco o nada iba a funcionar como debiera
Antonio Jiménez Barca
São Paulo
21 JUN 2014 - 18:11 CET
Ya abundan los artículos en la prensa de todo el mundo donde se
asegura que el Mundial discurre mejor de lo esperado. Es cierto. En
parte, porque lo esperado era muy malo, una suerte de apocalipsis
brasileño en el que poco o nada iba a funcionar como debiera. Y había
quien pintaba una imagen negra de esta Copa del Mundo
que se podía resumir así: estadios sin acabar a los que se llegaba por
carreteras inconclusas y desmontes inhumanos rodeados de manifestantes
anti-fútbol, y policías anti-manifestantes en medio de bandas de
delincuentes asaltando al atribulado hincha, que se maldecía por no
haberse conformado con ver los partidos en la televisión de su casa y
que no podía escapar de ahí porque el metro no funcionaba debido a una
huelga salvaje que sumía a la ciudad en un atasco insalvable, oscuro y
final.
Es cierto que los estadios se acabaron a última hora o que no se acabaron como estaba previsto. En el de Itaquerão, al este de la ciudad, el que sirvió para abrir el campeonato, los obreros pintaban la salida del metro un día antes de la ceremonia y varias de las pasarelas de acceso eran provisionales. Pero los partidos se han desarrollado aceptablemente y los seguidores de todos los equipos que han utilizado ese estadio, sin ir más lejos, han llegado a él sin problemas y han disfrutado del juego.
La inauguración vino precedida por una huelga de metro que amenazó
con poner São Paulo patas arriba. De hecho, la puso, aunque dos días
antes. Los trabajadores volvieron a sus puestos y desde entonces el
metro funciona como un reloj suizo, mucho mejor que antes de la Copa del
Mundo. Hasta el punto de que muchos habitantes de São Paulo van medio
mosqueados, intuyendo que empeorará en cuanto los periodistas
internacionales se hayan ido.
Los aeropuertos iban a ser un caos de maletas perdidas, colas en las paradas de taxis, pasillos convertidos en laberintos o ratoneras por falta de indicaciones y vuelos cancelados. No ha sido así. O no más que en otros sitios. De hecho, la cancelación de vuelos ha sido menor que en días de vacaciones.
Las protestas de hace un año y las imágenes de contenedores de basura en calles de São Paulo ardiendo y de cargas de policías con uniformes de Robocop el mismo día del partido inaugural hacían temer un Campeonato del Mundo inmerso en una revuelta social.
No ha sido para tanto. El balón echó a rodar y los brasileños, en su gran mayoría, se alinearon junto a su selección declarándose a sí mismos una tregua hasta que termine el campeonato o Brasil sea eliminada. Mientras tanto, hay protestas y manifestaciones puntuales y no muy numerosas, marcadas casi siempre en las fechas en que juega la selección brasileña, que a veces derivan en actos violentos debido a grupos incontrolados.
Pero, por lo general, los partidos se desarrollan puntualmente, de una manera brillante, las calles se llenan de hinchas felices envueltos en un ambiente cada vez más festivo. Y por eso cada vez arraiga con más fuerza la certeza, incluso para los brasileños desconfiados, de que no era para tanto.
Es cierto que los estadios se acabaron a última hora o que no se acabaron como estaba previsto. En el de Itaquerão, al este de la ciudad, el que sirvió para abrir el campeonato, los obreros pintaban la salida del metro un día antes de la ceremonia y varias de las pasarelas de acceso eran provisionales. Pero los partidos se han desarrollado aceptablemente y los seguidores de todos los equipos que han utilizado ese estadio, sin ir más lejos, han llegado a él sin problemas y han disfrutado del juego.
Los brasileños, en su gran mayoría, se alinearon
junto a su selección declarándose a sí mismos una tregua hasta que
termine el campeonato o Brasil sea eliminada
Los aeropuertos iban a ser un caos de maletas perdidas, colas en las paradas de taxis, pasillos convertidos en laberintos o ratoneras por falta de indicaciones y vuelos cancelados. No ha sido así. O no más que en otros sitios. De hecho, la cancelación de vuelos ha sido menor que en días de vacaciones.
Las protestas de hace un año y las imágenes de contenedores de basura en calles de São Paulo ardiendo y de cargas de policías con uniformes de Robocop el mismo día del partido inaugural hacían temer un Campeonato del Mundo inmerso en una revuelta social.
No ha sido para tanto. El balón echó a rodar y los brasileños, en su gran mayoría, se alinearon junto a su selección declarándose a sí mismos una tregua hasta que termine el campeonato o Brasil sea eliminada. Mientras tanto, hay protestas y manifestaciones puntuales y no muy numerosas, marcadas casi siempre en las fechas en que juega la selección brasileña, que a veces derivan en actos violentos debido a grupos incontrolados.
Pero, por lo general, los partidos se desarrollan puntualmente, de una manera brillante, las calles se llenan de hinchas felices envueltos en un ambiente cada vez más festivo. Y por eso cada vez arraiga con más fuerza la certeza, incluso para los brasileños desconfiados, de que no era para tanto.
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