Por Pedro REPARAZ




Fans de Uruguay celebran un gol de Suárez en la plaza principal de Montevideo, donde ven el partido en una pantalla gigante el 19 de junio de 2014
Fans de Uruguay celebran un gol de Suárez en la plaza principal de Montevideo, donde se puede ver el partido en una pantalla gigante, el 19 de junio de 2014 (AFP /Miguel Rojo)
MONTEVIDEO, 20 de junio de 2014 - Termino de comer, recojo la casa y, a las 4 de la tarde, me siento a ver el partido. Puntualidad inglesa para un Uruguay-Inglaterra que marcará el devenir de unos y de otros en el Mundial de Brasil. El tiempo se para. Montevideo se detiene durante casi dos horas. Calles vacías, casas en silencio y familias y amigos unidos por un mismo sentimiento. Por la misma pasión.
“Juega Suárez”, me fijo nada más arrancar el choque. Desde que ‘El Pistolero’ se operara hace cuatro semanas, su recuperación ha sido prácticamente una cuestión de estado. “¿Crees que llegará Suárez?” “¿Jugará Suárez?”. Palabras repetidas, por unos y otros hasta la eternidad, en cualquier rincón de cualquier lugar. No se hablaba de una cosa. Si ibas a un bar hablabas de Suárez. Salías a la calle a hacer la compra y terminabas hablando de Suárez. A todas horas en todos los sitios, Suárez como eje principal de la vida de todos.
Uruguayos contienen el aliento en un bar de Montevideo
Uruguayos contienen el aliento en un bar de Montevideo (AFP / Panta Astiazarán)
Arrancó la Copa del Mundo y Uruguay perdió ante Costa Rica 3-1. Tragedia nacional. Anécdota o relevo generacional, estábamos a punto de verificarlo entre todos. Al borde del descanso y tras la evidente tensión de todo un país durante 38 minutos, Edinson Cavani controla el balón y ¡gol! “¿Gol?”, me pregunto, mientras el delantero del París Saint-Germain aún tiene el balón en la frontal del área. Todo pasa muy rápido. Cavani centra y Suárez marca, ahora sí, el primer gol de Uruguay. Vibro yo diez segundos después de que lo hiciera todo mi edificio. “Maldita imagen que llega con retraso en mi televisión”, me digo. Gritos arriba y abajo. Oigo celebrar a niñas y abuelos, a padres y madres, a amigos, compañeros y conocidos. Familia durante 90 minutos con Suárez como patriarca de todos.
Con la emoción del gol y la alegría latente de mis vecinos, tomo una decisión que se demostrará acertada: ir al trabajo una hora antes para ver allí la segunda mitad. Abro la puerta de mi casa y mis vecinos tienen las puertas abiertas, en un gesto de unión. “Somos Uruguay, carajo”, grita uno. “Somos”, en plural. Todos. Juntos. Uno.
El primer gol de Suárez
El primer gol de Suárez (AFP/Francois Xavier Marit/Pool)
Comparto el ascensor con una señora que decide correr a tirar la basura durante el descanso. Salgo a la calle y estoy solo. Tiendas cerradas, carreteras vacías. Ni un alma. Tengo suerte y encuentro un taxi para ir a la redacción. Me subo al coche y el sonido de la radio inunda el cubículo. “¡Qué bien posicionado está el equipo…! ¡…Suárez volvió y lo hizo a lo grande…!”, vociferan los periodistas que retransmiten el partido. El conductor decide bajar entonces el volumen para escuchar la dirección de destino y, acto seguido, vuelve a abstraerse. Su cuerpo está conmigo, pero su alma y pensamientos están en el Arena Corinthians de Sao Paulo. “Ya salen los equipos de los vestuarios y todo está preparado para la segunda mitad”.

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Llego a tiempo, pago gustoso y subo corriendo. Se palpa la tensión. Cavani está a punto de sentenciar el partido y Wayne Rooney, instantes después, empata el marcador. Drama generalizado. Caras de decepción, entre ellos y ellas, que buscan las miradas cómplices de sus compañeros o un gesto amistoso que haga que sus nervios se apacigüen. España había sido la primera selección en caer eliminada en el Mundial, apenas 24 horas antes, y una nueva decepción hubiera sido demasiado.
El arquero Muslera no puede detener el gol de Rooney en el partido que ganó Uruguay 2-1 a Inglaterra, el 19 de junio de 2014
El arquero Muslera no puede detener el gol de Rooney en el partido que ganó Uruguay 2-1 a Inglaterra, el 19 de junio de 2014 (AFP / Ben Stansall)
Cuando ya nadie creía y la esperanza de la victoria se desvanecía, apareció Suárez de nuevo, quién sino, para dar la victoria a los suyos. De héroe a leyenda tras una exhibición épica que pasará a la historia de los Mundiales. Suárez se echó a llorar y sus lágrimas fueron emblema de la felicidad de todo Uruguay. Su partido, una oda al esfuerzo y la superación, cuatro semanas después de ser operado, se quedará en la retina de todos. El mundo entero, a excepción de los ingleses, se abrazó al ‘9’ charrúa, que acababa de protagonizar una epopeya atemporal.
Tambores, trompetas y mucha fiesta. El silencio tras la derrota ante Costa Rica dio paso a la fiesta. Miles de personas celebraron el triunfo de su selección. Caras pintadas de celeste, familias enteras disfrutando de un espectáculo planetario que no conoce fronteras. Aún temblorosos por los nervios, los ojos de los uruguayos gritaban eufóricos. Y podía escucharse en cualquier rincón del mundo. No en vano, ya lo avisaba mi vecino: “Somos Uruguay, carajo”.
Suárez celebra su doblete cuando le da la victoria 2-1 a Uruguay sobre Inglaterra
Suárez celebra su doblete cuando le da la victoria 2-1 a Uruguay sobre Inglaterra (AFP / Ben Stansall)
*Pedro Reparaz es editor de Deportes de la sede de AFP para América Latina en Montevideo.
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