Por Carola SOLÉ
Un niño mira desde una ventana de “La Gran Familia” durante el operativo militar (AFP / Héctor Guerrero)
ZAMORA, México, 23 de julio de 2014 - Teresita del
Niño Jesús Verduzco no conoce otra realidad que la de “La Gran Familia”.
Desde que su mamá, una sonriente sordomuda de mirada perdida, la tuvo
hace 16 años en este albergue mexicano hoy intervenido por las
autoridades por sus condiciones infrahumanas y denuncias de abusos, no
ha salido más de una decena de veces al exterior. Los amigos y la música
son su mejor recuerdo de este centro, y el peor, “la falta de
libertad”. Pero esta adolescente de bonitos ojos rasgados registrada
como hija de la fundadora, Rosa Verduzco, “Mamá Rosa”, se siente ya
preparada para alzar el vuelo y dejar atrás la difícil realidad en la
que creció. “Quiero aprender más de la vida”, confiesa.La dulzura y entereza de Teresita del Niño Jesús son desgarradoras. Tan pronto sueña en voz alta con ser una gran maestra de piano, relata como uno de los trabajadores “violaba a los niñitos” o “La Jefa” le obligaba a “sobarle” (masajearle) los pies los dos meses que la invitó a dormir en una cama extra de su habitación, o llora preocupada por el futuro de su desorientada mamá sordomuda -más que por el suyo propio-. ¿Cómo una chica tan linda pudo crecer en un ambiente tan hostil?
Una habitación del albergue (AFP / Héctor Guerrero)
Desde que el jueves pasado periodistas y fotógrafos pudimos entrar por
primera vez en el albergue de Zamora, en Michoacán, que durante 66 años
regentó con tanta mano dura como alabanzas Mamá Rosa, no logré
desprenderme de la imagen de Teresita cuidando a ese gatito recién
nacido que quedó olvidado entre los montes de basura del albergue, como
pudo ocurrir con ella años atrás. Tampoco del olor nauseabundo del hogar
de estas 600 personas donde quilos de comida podrida se mezclaban con
el hedor de excrementos y orina. Al momento de entrar, ninguno de nosotros sabía muy bien cómo iba a ser “La Gran Familia”. La única información de la que disponíamos eran los cruentos testimonios -niños mal alimentados durmiendo entre ratas, obligados a pedir limosna y abusados física, psicológica e incluso sexualmente- que ofreció la fiscalía general cuando hace una semana conmocionó a México entero anunciando el fuerte operativo militar con que allanaron el albergue.
El sitio acogió por décadas desde huérfanos y niños de la calle hasta delincuentes y drogadictos. Cinco denuncias sobre retenciones forzadas que acumulaban polvo desde hacía un año en la fiscalía de Michoacán fueron el detonante. Y su principal impulsor, el nuevo gobernador Salvador Jara, una cara fresca llegada de la academia y alejada de la imagen corrupta de políticos sospechosos de colaborar con el narco.
Una mujer a la expectativa durante el operativo policial (AFP / Héctor Guerrero)
Nadie entendía nada. ¿Era posible que una institución que había recibido
tantas donaciones gubernamentales y distinciones de importantes
organizaciones internacionales hubiera podido esconder esa espantosa
realidad? ¿Cuánto tiempo hacía que existían esas condiciones en el
albergue? ¿Qué inspecciones habían hecho las autoridades al centro?
¿Había algún interés para encubrir las denuncias? ¿Por qué se había
elegido este momento para destapar con tanto escándalo el caso?
Entre todos esos interrogantes, rápidamente emergieron las voces críticas con el “linchamiento” contra Mamá Rosa de personalidades que en algún momento habían conocido esa poderosa figura michoacana. El respetado historiador Enrique Krauze, el expresidente Vicente Fox o el Nobel francés J.M.G. Le Clézio, que eleva a la categoría de “santidad” a Verduzco, pusieron la mano en el fuego por esta octogenaria que renunció a la riqueza de su familia y acogió a su primer niño a los 13 años dedicando su vida entera a los más desprotegidos.
La confusión era máxima y la expectativa puesta en los periodistas que fuimos a tratar de descifrar el misterioso caso de “La Gran Familia” era más alta que de costumbre.
“Mamá Rosa” en un hospital en Zamora, adonde fue ingresada tras el allanamiento (AFP / Héctor Guerrero)
A nuestra llegada la tarde del miércoles a Zamora, nos encontramos con
el veto de las autoridades al interior del albergue, en cuyas puertas se
habían apostado desde primera hora decenas de preocupados padres, tíos y
abuelos que querían recuperar a sus pequeños.
Pese a los matices, todos los relatos tenían un mismo denominador común.
Exceptuando el desamparo de niños huérfanos o abandonados, familias
sumamente pobres y desestructuradas fueron las que confiaron a ciegas
sus hijos conflictivos a Mamá Rosa, incluso aceptando que la octogenaria
les negara la entrada al albergue impidiéndoles conocer los interiores
de “La Gran Familia”.
—Nos dijeron que aquí estaban bien, que estudiaban y les enseñaban un oficio —se justifica Álvaro Vázquez, un anciano desdentado y flaco que viajó cerca de 800 km desde la sierra de Guerrero, en el sur, para recuperar a su nieto de 17 años, alcohólico desde los 14 y cuya mamá lo abandonó para ponerse a trabajar “en la calle”.
Muchas veces recomendados por organismos oficiales, los desesperados familiares confiaban en la rectitud de esa “dictadora amorosa”, en sus estudios y en el poder sanador de la música que impartía para volver a encarrilar a los pequeños. Apenas 30 pesos al mes (2,3 dólares) eran suficientes para que un niño formara parte de “La Gran Familia”, una mensualidad fijada en un breve contrato que podía acabar saliendo muy caro.
El edificio de “La Gran Familia”, en Michoacán, este de México (AFP / Héctor Guerrero)
Seguramente habría que estar en la piel de esas humildes familias —o
saber leer— para entender cómo los padres que hoy denuncian la retención
de sus hijos o la imposibilidad de verlos seguido se comprometieron
hace años ante notario “a no llevarse el menor” antes de la mayoría de
edad y a sólo poder visitarle tres veces al año. Fuera de contrato
quedaba que las visitas se realizarían bajo la atenta mirada de un
trabajador del albergue.
—Estoy muy arrepentida —llora una indígena tarasca que no logró reunir los cerca de 2.000 dólares que asegura que Mamá Rosa le pedía por sacar a cada uno de sus hijos internados.
Una integrante de “La Gran Familia” muestra un documento de identificación: María Verduzco Verduzco (AFP / Héctor Guerrero)
Más allá de tratar de proteger a los niños de presuntos malos padres y
de evitar que pudieran sacarles del albergue para ponerlos a trabajar
prematuramente, la imposibilidad de dejar libres a quienes entraron en
el centro —incluso más allá de los 18— forma parte de algunas de las
prácticas de “La Gran Familia” que cuestan entender.—Los mismos trabajadores de aquí nos agarraban si tú tratabas de escaparte, delante de “La Jefa” te golpeaban. No podíamos hacer nada —explica Cecilia Vázquez, una interna de 19 años de Chiapas mientras sostiene a su hija de un año y medio—. Mucha injusticia y mucha violencia hubo aquí, ya pedíamos a gritos que pasara todo esto.
Por dentro, la hasta ahora inexpugnable “Gran Familia” es tan colorida como sucia: vistosos murales decoran las habitaciones de literas mugrientas donde niños y niñas dormían entre baldes llenos de excrementos, las bodegas donde se guardaba la comida aún provocan arcadas a quien se atreva a visitarlas y el patio central se ha convertido en un basurero donde policías y fiscales amontonan quilos y más quilos de viejos muebles y medicamentos vencidos.
El patio central convertido en un basurero tras la llegada de las autoridades (AFP / Héctor Guerrero)
Pero el drama esencial de “La Gran Familia” no se descubre con la vista
ni el olfato, sino con el oído. Niños de menos de un metro y medio
explican los golpes con el walkie talkie o palos que les propinaba Mamá
Rosa y algunos trabajadores cuando consideraban que no se portaban bien.
Ramón, un adolescente huérfano de 15 años, recuerda el peor de los
castigos: días y hasta semanas de encierro sin comida —a expensas de los
mendrugos lanzados por los amigos— en un cuarto oscuro apodado
“Pinocho” en el que “La Jefa” confinaba a quienes trataban de escapar o
escondían el dinero que les traían sus papás.Los abusos sexuales de algunos trabajadores a los menores forman parte también de la caja negra de esta casa donde hay quienes sólo tienen buenas palabras hacia su directora robusta, de nariz grande y voz tosca que defiende a capa y espada los vínculos irrompibles de su "familia".
Niños comparten en una habitación del albergue de Mamá Rosa (AFP / Héctor Guerrero)
—Mamá Rosa me dio lo que la madre que me engendró nunca hizo —asegura
Sandra, una humilde señora de 43 años que fue abandonada cuando era bebé
en la puerta de una panadería.
¿Se le fue de las manos a Mamá Rosa el albergue que fundó hace décadas? ¿Conocía los abusos sexuales que se produjeron en el centro? ¿Acoger a centenares de “hijos” desamparados la legitimaba moralmente para golpearlos? ¿Era ella la única salvadora posible para esos niños?
La “senilidad” de Mamá Rosa la hizo “inimputable” de cualquier cargo, justificó el lunes el fiscal general confirmando la paulatina bajada de tono contra la anciana que entregó su vida para sacar adelante con mano de hierro su gran familia. Seis de sus ocho trabajadores sí están procesados por secuestro de menores, trata y dos de ellos son investigados por abusos sexuales mientras que buena parte de los niños ya fueron trasladados a otros albergues.
Una niña se oculta detrás de unas alas de ángel en interior del albergue (AFP / Héctor Guerrero)
México es un país de apariencia engañosa. Si algo entendí de esta
historia claroscura es que la segunda mayor economía de América Latina y
cuna del hombre más rico del mundo esconde una dramática realidad
social muchas veces olvidada. Con cerca de la mitad de los mexicanos
viviendo en la pobreza, la miseria que envolvió a “La Gran Familia”
quizás sea lo único que me quedó claro de este controvertido caso. El
resto, como tantas otras veces pasó ya en México, será un misterio por
resolver. Mientras, no logro dejar de preguntarme: ¿Qué será ahora de
Teresita y de su sonriente mamá?COPIADO http://www.afp.com/
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