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La responsabilidad moral de Putin

El Kremlin es responsable del clima de agresividad hacia políticos de corte occidental como Boris Nemtsov
Juan Manuel Santos, durante la entrevista. / CÉSAR CARRIÓN / EL PAIS TV
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ANÁLISIS

La responsabilidad moral de Putin

El Kremlin es responsable del clima de agresividad hacia políticos de corte occidental como Nemtsov


Una figura de oposición destacada es asesinada en Rusia y el Kremlin se mira al espejo para ver si su sangre ha salpicado al líder del Estado y ha mancillado su índice de popularidad. Así fue en 2006 cuando acribillaron a la periodista Anna Politkóvskaia y así ha sucedido de nuevo tras el atentado que ha segado la vida de Borís Nemtsov. Ambos se oponían con vehemencia a la guerra, en el caso de Politkóvskaya, en Chechenia, y en el de Nemtsov, primero en el Cáucaso y ahora en Ucrania.
Las teorías de la conspiración, de distinto nivel de complejidad, son parte de la cultura política rusa y, en ese contexto, hay base para afirmar que el Kremlin está detrás de la muerte de Nemtsov, que criticaba al presidente Vladímir Putin y se disponía a revelar datos sobre la ayuda militar de Moscú a la guerra en Ucrania. En este contexto, también cabe decir que Putin era el menos interesado en que su oponente cayera abatido junto al Kremlin. Tras la muerte de Politkóvskaya, los amantes de la conspiración se dividieron, siguiendo esa lógica, en dos grupos: para unos, Putin era el menos interesado en que Politkóvskaya fuera acribillada justamente el día de su cumpleaños, el 7 de octubre; y para otros, la fecha había sido elegida adrede por quienes querían ofrecerle un regalo-sacrificio.
Conspiraciones al margen, la cuestión clave es si se dan hoy en Rusia las condiciones institucionales y políticas para descubrir la verdad o si las pistas del terror se extraviarán de nuevo en expedientes y archivos. Lo que sí es posible afirmar ya es que el Kremlin, como mínimo, tiene responsabilidad moral y política por el clima reinante en Rusia de agresividad hacia Occidente y hacia los políticos de corte occidental, como era Nemtsov. Este clima es aventado por las televisiones estatales, con su vitriólica propaganda que presenta a Occidente como el portador de todas las lacras y que siembra el odio en las mentes ofuscadas, es un caldo de cultivo que propicia la violencia y muertes como la de Nemtsov. Si esto continúa, no hay que descartar la aparición de formas locales de violencia a la usanza del Estado Islámico.
Las autoridades rusas tratan de unir a sus ciudadanos en nombre de una idea del Estado que parece arcaica en Occidente. El Kremlin adopta actitudes de defensa y ataque, pero no sabe conectar con la sociedad entendida como un conjunto de ciudadanos individuales portadores de derechos.
Cuando Politkóvskaya fue asesinada, Putin tuvo que vérselas en Alemania con manifestantes que le trataban de “asesino”. A preguntas de los periodistas, el líder reconoció que Politkóvskaya era “muy crítica”, pero calificó de “insignificante su grado de influencia” sobre la política de Rusia. La muerte de Politkóvskaya, dijo, “resulta más perjudicial para las autoridades que criticaba” que “todas sus publicaciones”.
En el caso de Nemtsov, el secretario de prensa de Putin, Dmitri Peskov, afirmó que el “monstruoso crimen tiene todos los síntomas de haber sido encargado y se parece bastante a una gran provocación”. Preguntado si el caso podía incidir en el índice de popularidad de Putin, Peskov dijo que “con todos los respetos por la memoria de Borís Nemtsov”, éste no suponía “ninguna amenaza” para el presidente. “Si comparamos el nivel de popularidad, los índices de Putin y del Gobierno en su conjunto, Borís Nemtsov estaría sólo un poco más arriba que un ciudadano medio”, dijo.
Ante el aluvión de mentiras generado por la política oficial, las promesas oficiales de impulsar una investigación seria son recibidas con escepticismo por quienes desearían que el Kremlin deje de cultivar las bajas pasiones de la sociedad.
Entre los líderes de la oposición, Nemtsov fue tal vez el más atrevido y el más capaz de despertar simpatía, pese a sus fallos o justamente por ellos, pues nada de lo humano le era ajeno. Curtido en la agitada década de los noventa, el político liberal colaboraba con el carismático Alexéi Navalni y otras figuras como el exjefe de Gobierno, Mijaíl Kasiánov, o el exvicejefe de la Duma, Vladímir Rizhkov. Sin embargo, la oposición a Putin es débil, en parte porque el Kremlin la ahoga, al recortarle las libertades y derechos, pero también porque los liberales no han sabido encauzar los sentimientos positivos de la sociedad, hoy eclipsados por la frustración, el recelo y la venganza.
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