Los jóvenes de Deraa se pasaron de los grafitis a las armas
AFP/Archivos / Mohamad ABAZEEDEl sirio Muawiya Sayasina, quien comenzó a pintar grafitis contra el régimen en 2011, sentado al lado de una pared en la que se lee en árabe "Ha llegado tu turno doctor", en Deraa (sur), el 5 de junio de 2018
"Ha llegado tu turno, doctor". Garabateando este eslogan antiAsad siete años atrás, Muawiya y Samer Sayasina encendieron la mecha de la sublevación en Siria. Ahora estos rebeldes se preparan para un posible asalto del régimen a su ciudad, Deraa.
Al comienzo de 2011 eran quinceañeros que, inspirados por las revoluciones de la Primavera Árabe, pintaron con sus amigos este mensaje en el muro de su colegio de Deraa, en el sur de Siria. Increpaban al presidente Bashar al Asad, oftalmólogo.
Son testigos de los primeros pasos del movimiento de revuelta popular que con el tiempo se convirtió en una de las guerras más sangrientas y complejas de Oriente Medio.
"Seguíamos las manifestaciones en Egipto y en Túnez, veíamos a los jóvenes escribir eslóganes en los muros: 'Libertad' o 'Queremos la caída del régimen'", recuerda Muawiya.
- "A causa de nosotros" -
"Tomamos un espray de pintura y escribimos 'Libertad. Sí a la caída del régimen. Ha llegado tu turno, doctor'", añade el combatiente de 23 años.
Dos días más tarde, las fuerzas de seguridad detuvieron a los dos adolescentes (con el mismo patronímico) en sus casas.
"Nos torturaron para saber quién nos había incitado a escribir eso", asegura el joven.
Las detenciones generaron manifestaciones sin precedentes, consideradas el detonante de la movilización masiva en todo el país.
"Me siento orgulloso de lo que hicimos. Pero nunca pensé que acabaría en esto, que el régimen nos destruiría de esta manera. Creíamos que caería", explica Muawiya.
AFP/Archivos / Mohamad ABAZEEDEl sirio Muawiya Sayasina (D) sentado junto a camaradas en una posición protegida con sacos de arena cerca de la línea del frente en un barrio rebelde de la ciudad de Deraa (sur), el 5 de junio de 2018
Fueron liberados al cabo de 40 días y se encontraron con un país en plena ebullición.
"Vimos las manifestaciones de Deraa y en toda Siria", recuerda el joven, de ahora 23 años.
El régimen reprimió a sangre y fuego el movimiento que se transformó en guerra con el trágico saldo de más de 350.000 muertos y millones de refugiados y desplazados en un país en ruinas y fragmentado.
"Al comienzo, me sentía orgulloso de ser la causa de una revolución contra la opresión", reconoce Samer. "Pero después de todos estos años de muerte y éxodo, a veces me siento culpable", cuenta. "Todas estas personas que murieron o huyeron, toda la destrucción, es a causa nuestra", afirma.
En los primeros meses de manifestaciones en Deraa hubo arrestos masivos de los que no se libraban ni los niños.
Hamza al Jatib, de 13 años, apareció muerto con señales de tortura, lo que lo convirtió en uno de los símbolos de la revuelta.
Muawiya y Samer tomaron las armas en 2013 con la intención de luchar hasta el final.
La insurrección armada se encuentra en posición de debilidad frente a un régimen que controla más de la mitad del territorio, gracias al apoyo militar de Rusia y de Irán.
- "No me asusta" -
El régimen se centra ahora en el sur del país y la estratégica provincia de Deraa, fronteriza con Jordania y con la meseta del Golán anexionada por Israel.
Hay negociaciones en curso para decidir el futuro de la región, pero el presidente Asad aseguró recientemente que la opción militar seguía sobre la mesa.
"Las amenazas del régimen de entrar en Deraa no me asustan", sostiene Muawiya. "Quizás tenga armas, pero nosotros también", insiste. "Prefiero la muerte a una reconciliación con Bashar al Asad".
AFP/Archivos / Mohamad ABAZEEDEl sirio Muawiya Sayasina apunta a un objetivo con su Kalashnikov desde una posición en un barrio rebelde de la ciudad de Deraa (sur) el 5 de junio de 2018
Cuando está de guardia, el joven cambia los tejanos por un pantalón militar gris y viste un chaleco de camuflaje por encima de la camiseta.
En siete años, los dos amigos perdieron a muchos compañeros de clase y a personas que conocieron en la cárcel.
"Éramos un grupo de jóvenes. Hoy algunos murieron como mártires, otros se fueron, y otros todavía luchan", afirma Samer.
"Perdíamos a nuestros camaradas y los enterrábamos con nuestras propias manos", recuerda Muawiya, más leal que nunca a la "revolución".
"El día que tenga un hijo le contaré lo que me pasó. Le enseñaré a escribir en los muros cuando se vea frente a un opresor, a no tener miedo de nadie", apostilla.
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