‘Brexit’, la revuelta contra el ‘establishment’ La falta de movilidad social en Reino Unido mina la credibilidad de una clase gobernante que ha sido incapaz de convencer con su mensaje



El príncipe Carlos saluda a un grupo de alumnos durante una visita Eton, al oeste de Londres.

‘Brexit’, la revuelta contra el ‘establishment’

Londres (ENVIADA ESPECIAL) 
La falta de movilidad social en Reino Unido mina la credibilidad de una clase gobernante que ha sido incapaz de convencer con su mensaje

‘Brexit’, la revuelta contra el ‘establishment’

La falta de movilidad social en Reino Unido mina la credibilidad de una clase gobernante que ha sido incapaz de convencer con su mensaje





Londres (ENVIADA ESPECIAL)

El príncipe Carlos saluda a un grupo de alumnos durante una visita Eton, al oeste de Londres.

Poco les importó a los británicos que su Gobierno, la oposición, sindicatos, banqueros, el Fondo Monetario Internacional y hasta el mismísimo Barack Obama les advirtiera que votar Brexit equivalía a disparase a los pies. Al revés. Cuanto más ímpetu desplegaban los partidarios de permanecer en la UE, más crecía la desconfianza de la mitad del Reino Unido que ya no se fía de lo que le cuente un establishment que sienten que les ha defraudado demasiadas veces. Ese vacío ha permitido permear a las mentiras del campo del Brexit, que enarbola la bandera del hombre corriente, con sorprendente facilidad. La ya famosa frase de Michael Gove, ahora aspirante a primer ministro, se ha convertido profecía autocumplida en la era de la llamada democracia post factual. “La gente en este país ha tenido suficientes expertos”.
Los partidarios del Brexit repiten en la calle que desconfían de “los políticos de carrera”, de una élite gobernante que sienten que les ignora y que habita un mundo globalizado al que saben que difícilmente pertenecerán. Que mientras en Westminster toman té con pastas, sus salarios caen y la competencia con la llegada de los trabajadores de fuera crece. Que también les aseguraron que sabían lo que hacían cuando arruinaron el sistema financiero y las vidas de millones de trabajadores y ni siquiera fueron castigados por ello. Que por qué van a confiar en su superior criterio esta vez.

“No me creo lo que nos cuentan”, decía hace unos días Anabel Clapham, una vendedora de marisco de 40 años al este del país que votó Brexit. “Ellos no conocen las listas de espera del hospital ni ven cómo esto se llena de polacos”. “Nos quieren asustar con sus cifras, pero nosotros sabemos lo que hay”, decía un vendedor de puertas. Las investigaciones sociales corroboran las pinceladas impresionistas de la calle, demuestran que la brecha social se agudiza y que la sensación de que la cuna determina irremediablemente el futuro se vive con inédita intensidad en Reino Unido.
“Votaron contra Westminster y contra Bruselas, contra los laboristas y los conservadores. Han sido sobre todo los obreros, que se han quedado atrás en la transformación económica de Reino Unido de las últimas décadas y que tiene pocas razones para pensar que su futuro va a ser necesariamente mejor que su pasado”, explica Matthew Goodwin, profesor de política de la Universidad de Kent y coautor de La Revuelta de la derecha: el apoyo a la derecha radical en Reino Unido.


Expectativas de progreso

Los datos indican que no es tanto una cuestión de ricos contra pobres, como de falta de expectativas de progreso. El último informe de la Comisión gubernamental para la movilidad social y la pobreza infantil apunta que más allá de las brechas clásicas–norte-sur, campo-ciudad- han surgido en los últimos años nuevos focos de desigualdad, en los que la posibilidad de que un niño nacido en un entorno con pocos recursos tenga una buena educación y consiga un buen trabajo cae en picado. Si cruzamos esas localidades con los resultados del referéndum del Brexit, las conclusiones son esclarecedoras. Los puntos calientes de falta de movilidad social votaron abrumadoramente a favor del Brexit: Blackpool (67,5%), Great Yarmouth (71,5%), Mansfield (70,9%), Doncaster (69%) o Stoke-on-Trent (69,4%) y al revés, en las tierras de oportunidades, triunfa la permanencia en la UE.



La propia Theresa May, candidata conservadora a suceder al primer ministro saliente, David Cameron, dedicaba nada menos que el tercer y cuarto párrafo al asunto de la carta en la que se postulaba, publicada por The Times. “Si hoy naces en un hogar pobre en Reino unido, morirás una media de nueve años antes que los demás. Si eres negro, la justicia criminal te tratará con más dureza que si eres blanco. Si eres un chaval blanco de clase trabajadora, tendrás menos posibilidades que ningún otro de ir a la universidad”. May lo sabe, los datos lo confirman y los votantes que lo sufren han vomitado su frustración en las urnas.
Una reciente investigación indica que el rechazo a la UE es más fuerte no tanto en localidades con bajos salarios, sino sobre todo donde los sueldos se han estancado. Es decir, donde escasean las expectativas de mejora y donde el UKIP, el partido euroescéptico por excelencia se ha hecho fuerte. El periodo que estudiaron los economistas Brian Bell y Stephen Machin va de 1997 a 2015 y en el que los salarios apenas crecieron un 1%. “El problema es que esa es una media que no refleja las desigualdades territoriales. Hay decenas de ciudades donde ha habido un crecimiento negativo de los salarios”, explica por teléfono Machin, director de mercados laborales de la London School of Economics, quien concluye que “las condiciones económicas han jugado un papel importante en el voto”.
NatCen, el gran centro de investigación social publicaba esta semana su encuesta anual de actitudes sociales, según la cual, el 60% de los británicos se considera “clase trabajadora”. La encuesta indica además que aumenta la percepción de que la sociedad británica cada vez está más dividida socialmente. El 73% de los preguntados piensa que es difícil saltar de una clase social a otra, comparado con el 65% que lo pensaba en 2005. Ese estudio certifica que los británicos identifican con claridad las invisibles fronteras que dividen las clases sociales, en un país en el que el acento encasilla de inmediato a una persona en un cajón social u otro y en que los perdedores acumulan rencor hacia los que nacen de pie. Esos sentimientos y divisiones palpitan ahora con fuerza renovada tras un referéndum que ha partido al país en dos.

Una élite educada en escuelas privadas

El periodista y escritor Simon Kuper escribió una demoledora columna en el Financial Times donde retrataba con asombrosa honestidad “cómo se ven las cosas desde aquí arriba” y que tituló Confesiones de un hombre blanco de Oxbridge (Oxford/Cambridge). Se refería a los que como él pontifican desde los grandes diarios, ocupan los despachos de Westminster, de los grandes abogados, de la City de Londres y las cúpulas de las grandes universidades. Es decir, los que mueven los hilos del país. Kuper explicaba que para los de su especie no resulta especialmente difícil prosperar, porque están predestinados para el triunfo y porque el apoyo mutuo que se forja en las escuelas privadas perpetua con naturalidad los privilegios del establishment.
Que la élite del país educada en escuelas privadas domina los principales puestos de responsabilidad en la medicina, el periodismo, el derecho o la política de Reino Unido es un hecho que ha vuelto a constatar el último informe de la comisión para la movilidad social y la pobreza infantil. A pesar de que apenas el 7% de los británicos estudia en escuelas privadas, el 71% de los jueces de las altas instancias, el 62% de los mandos militares y el 43% de los columnistas de prensa se educaron en centros privados. Lo hizo también un tercio de los ministros.
Citando al escritor John Scalzi, Kuper decía en su columna que para un hombre blanco de buena familia como él, la vida era tan sencilla como jugar a un videojuego en el nivel uno, es decir, mínima dificultad. Para muchos de los que ahora han dado un portazo a la UE, la partida empieza en el nivel cinco y con la pantalla sembrada de minas.
copy  http://internacional.elpais.com

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